
La jugada fue buena para CiU, porque aúna el interés general con el de partido, pero desconcierta a sus bases
Francesc-Marc Álvaro | 31/05/2010 | Actualizada a las 01:22h | Política
No es que lo diga el periodista Anson para zaherir al heredero de Aznar. Es que lo aseguran también las figuras más señeras de la élite económica de Madrid y Barcelona, encantadas con el discurso duro pero constructivo del hombre de CiU en el Congreso de los Diputados. "Qué bien le sentaría la Moncloa al democristiano si no fuera catalán", aseguran los que están hartos de la inconsistencia de Zapatero y del tacticismo de Rajoy. Duran Lleida es el hombre de moda, el que evitó el naufragio al abstenerse su grupo, el pasado jueves, para que los socialistas aprobaran, por un solo voto, el decreto ley del reajuste. Como en los mejores tiempos de Roca Junyent, el gen de la responsabilidad hace que el nacionalismo catalán exhiba mayor patriotismo español que PSOE y PP juntos.
La historia enseña que estas escenas de sentido de Estado de CiU cosechan efímeras felicitaciones que, por desgracia, no alteran para nada la cultura política española, arraigada en la creencia ancestral de que la diferencia catalana es una anomalía grave que debe ser eliminada. Tengamos memoria. Tras la intentona golpista del 23-F de 1981, los nacionalistas catalanes y vascos no fueron llamados a la reunión con el Monarca, a pesar de haber sido claves en la transición. Duran no se engaña, sabe perfectamente cómo paga Madrid estos favores. Por eso no se trata de amor, sólo de sexo. Y a partir de un cálculo frío de costes y beneficios. ¿Qué gana CiU dando aire a Zapatero? Tres cosas: evita que la sociedad española (y con ella la catalana) lo pase peor de lo que lo pasará; revalida ante los actores locales e internacionales su papel de opción fiable, y cierra el paso a un anticipo electoral que hiciera coincidir comicios catalanes y españoles, escenario del gusto de Rajoy pero malo para Mas. La jugada es buena para CiU porque aúna el interés general con el interés de partido, a la vez que le da protagonismo. Pero desconcierta a sus bases.
La película de la semana pasada carece, en apariencia, de toda lógica. El lunes, Montilla aparece en el Senado sin la compañía de Mas, ausencia que no casa con el papel que tuvo CiU en la aprobación del Estatut. El martes, Zapatero da por cerrada la descentralización, proclama absurda cuando su suerte depende del voto de Duran. El miércoles, se crea en el Parlament la comisión de investigación sobre el caso Millet y la presunta financiación irregular de Convergència, gracias al PSC, que vive ajeno a lo que ocurre a 600 kilómetros y que no acepta una comisión sobre el caso Pretoria. Y, el jueves, CiU salva de la quema al presidente que más ha engañado a los catalanes. Algunos militantes de CDC se dan de baja ese día, incapaces de comprender las razones de socorrer en Madrid a los mismos que en Barcelona les quieren ahogar en basura. Lo que las élites aplauden es, a veces, de difícil digestión para ese fatigado y descreído pueblo llano que, a la hora de la verdad, será el único que puede convertir a Mas en president.
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