
José Antich | 30/11/2010 | Actualizada a las 00:43h | Política
Tiempo habrá para profundizar en el naufragio socialista y en la súbita conversión hacia las bondades de un gobierno de Convergència i Unió de todos aquellos que hace tan sólo cuatro días defendían el tripartito como la fórmula ideal para hacer progresar Catalunya. Los mismos que de la mano de una intelectualidad mezquina han jugado durante los últimos años a empequeñecer el liderazgo de Mas en el partido, presentar a su formación como el epicentro de la corrupción en Catalunya y apoyar más allá de toda lógica política, social y económica un pacto de gobierno que ha sido nefasto para el país.
Situado por dos veces (2003 y 2006) en la tesitura de hacer un gobierno contra natura o estar en la oposición, el PSC tomó el primer camino pensando que el tiempo todo lo borra y el poder todo lo logra. Los electores dieron un primer aviso en el 2006 y los socialistas, lejos de corregir el rumbo, optaron por un triple salto mortal sin red y en medio de la pista. El descalabro es importante, histórico, y ha hecho trizas el mapa político catalán. Como consecuencia, entrarán, por primera vez, siete partidos en el Parlament.
Ya no hay dos que se disputen la hegemonía en Catalunya: hay una formación política mayoritaria, Convergència i Unió; dos partidos intermedios, el PSC y el PP, y un grupo de partidos pequeños que oscilan en porcentaje de voto entre el 7,4% y el 3%. Eso es lo que deja la noche del domingo y que se traduce en varios récords electorales desde 1980: nunca la distancia entre CiU y PSC había sido tan abismal (34 escaños y 20,15 puntos), el porcentaje de la izquierda aún gubernamental nunca había sido tan bajo (32,71%) y nunca las 41 comarcas catalanas habían quedado todas bajo el manto de CiU.
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